Se viste de negro como si estuviera absorbiendo por dentro todo el color chirriante de la Amazonía. Quizás está cansado, como ella, de haber esperado tanto para mostrar al mundo su generosidad, la generosidad de su tierra y ahora vive solo para escupirla dejando rastros por todos lados, porque Iquitos es tan compleja como su realidad, como la que nunca se va a llegar a entender, no como él lo hace: Christian Bendayán, el pintor que, mientras recupera su pasado, recupera también el espíritu de una región olvidada por su propio país.
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La pintura peruana deja mucho que desear y la obra de Bendayán resulta inolvidable por lo horrorosa que es, mencionaron los críticos en España en la exposición colectiva “Resistencias” llevada a cabo en el 2001 en La Casa de América en Madrid. Una crítica que a Bendayán le resulta, de todas, la más interesante. Hablaban de una de sus pinturas más complejas en cuanto a simbolismos y mensajes: Quistococha. Y es precisamente este tipo de acciones artísticas o culturales las que hacen del pintor de la selva urbana un acérrimo estratega para el intercambio, para el contagio, para la apertura a las múltiples infecciones, como lo diría el critico de arte Gustavo Buntinx, de propuestas, de ideas, de visiones, de sueños entre TODOS los peruanos.

Un cuadro que representó el llamado del animal que todos llevamos dentro y que la selva despierta, a través de la lucha entre un otorongo y una serpiente; que representó el triunfo de la selva sobre las imposiciones de la religión católica con la imagen de la cabeza de Cristo decapitada sobre la laguna rosada de Quistococha. Una pintura que alude, como muchas de las obras de Bendayán, a criticar esa práctica actual de vender todo lo bueno que tiene nuestro país para satisfacer al turista, sin dejar nada para nosotros.

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Más que expresar en sus cuadros lo que él piensa, lo más importante de hacerlos es que sus pinturas regresen, muevan y comuniquen a las personas que los inspiraron: a los pobladores de la Amazonía. Es ahí cuando Bendayán siente que la tarea se está cumpliendo, cuando sus pinturas regresan como le gustaría que regrese el río alrededor de la ciudad de Iquitos y se quede ahí junto a la gente y que la cuidad crezca alrededor y no lejos de él. Es por eso que en su trabajo la estética callejera y de cantina convive con la técnica académica, mostrando dos tipos de lenguajes, uno muy realista lleno de simbolismo y otro muy cercano a la estética del pueblo. Es por eso que no dudó en llevar, apenas se le presentó la oportunidad, la exposición “Tropical” ubicada en la sala del Banco Continental de Iquitos a la discoteca La Jarra, espacio marginal que inspiró muchos de los personajes retratados en el año 2000. Y en el 2002, gracias a la organización del Festival de Arte de Iquitos de la que él formó parte, ocho artistas populares nativos presentaron sus trabajos por primera vez en una sala de exposiciones, que se trasladó ese mismo año a Lima.

Por esa razón, las pinturas de Bendayán en parte son influenciadas y dan comentarios sobre las obras de otros artistas de la selva como Lu.Cu.Ma (Luis Cueva Manchego), un artista autodidacta y ex convicto redimido por la práctica pictórica, cuyo retrato hecho por Bendayán criticó las diferencias de percepción artística entre sectores sociales; como Piero (Julio Walter Guevara Sepúlveda), Luis Saquiray Macuyama, José “Ashuco” Araujo o César Calvo de Araujo, cuyos murales destruidos y ubicados en el Palacio Municipal de Iquitos fueron representados y registrados en la última muestra de Bendayán: El Paraíso del Diablo. Donde los diablos son todos aquellos que miran la Amazonía como un lugar destinado para coger y no para dejar.

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De un barrio donde todo es íntimo y no hay mayores pretensiones que el de vivir con intensidad y disfrutar cada día, a un espacio donde las relaciones son más frías, más estructuradas, donde para ir de un lado al otro tienes que cruzar kilómetros de silencio: el paso de Iquitos a Lima significa para Bendayán una gran ruptura. Un quiebre presente en su niñez y que ahora se encuentra reflejado en sus trabajos al pintar la urbe de su ciudad natal, lugar en el que está tan afectado por la realidad que le es imposible trabajar, donde sus poros se dilatan al punto que, como una esponja, simplemente se dedica a absorber sensaciones, ideas e imágenes.

Cuando nos cuenta de su barrio iquiteño, Belén, una sonrisa cómplice e inmediata invade su rostro y sus ojos se pierden recordando un espacio que es selva y ciudad, un espacio que nace y muere constantemente como la fugacidad de la vida que retrata constantemente en sus obras. Nos deja solos y entrega una sonrisa reservada solo para aquellos que conocen la magia que la selva e Iquitos esconden. –“¡Allá viene el ladrón!”, se pasaban la voz los pobladores del barrio. “Todos sabían que él iba a robar”, aunque en Belén era un personaje que formaba parte del paisaje. “De repente cogía una cartera y todo el barrio corría tras él y todos los niños también.”– Ese tipo de anécdotas, nos cuenta Bendayán, hacen que él perciba el mundo con mayor intimidad, una cercanía que recuerda muy bien:

“A Iquitos me gustaría verla con sus casas de colores, sus ventanas y puertas abiertas, con sus mecedoras en las veredas; que desaparezca todo el asfalto de las pistas, que todo vuelva a ser de tierra. Que desaparezcan los ficus y los árboles vuelvan a ser amazónicos como los de castaños, de mamey, de guaba. Y me gustaría que las casas bonitas, que aún están ahí abandonadas y deterioradas vuelvan a brillar.”
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El travestismo, la exuberancia de los cuerpos, las poses o acciones osadas, la naturaleza, los simbolismos como las mariposas o las sirenas representadas en los cuadros del pintor son llamados, a fin de cuentas como explica Bendayán, a olvidarnos de lo que la moral impone y a disfrutar más de lo que realmente somos, de aceptar nuestro cuerpo y de no negarlo. Se trata pues de ser naturales como la misma Amazonía, porque lo que ella le ha dado a los selváticos es precisamente la sensualidad, una que tiene que ver con las plantas y con el movimiento de las aguas de los ríos. Para Bendayán, en Iquitos no existe el tiempo y tampoco el pecado. Allá todo es efímero y por lo mismo, eterno. Todo se renueva cada día, todo empieza constantemente y así nada es sagrado. “De niño, perseguí una sirena y jugué mucho con mariposas”, dijo en una entrevista el pintor aludiendo a las mujeres hermosas de la selva.

bendayán

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Como curadorías, promover las obras de algunos artistas, editar publicaciones, todas ellas acciones que resultan más efectivas para promover la idea de que hay mucho más que ver y que el arte, como se conoce, está cambiando. Así podemos ver su participación a través del colectivo Kacharpari Producciones cuando realizó en el 2005 un ciclo de conferencias en las cuales se reflexionó sobre los principales cambios que han tenido lugar en Lima en campos como la música, el cine, la plástica de los afiches y la moda, a partir de las experiencias de exitosos provincianos migrantes de nuestra capital. O cuando trabajó con la artista shipiba Daysi Ramírez Flores, en el 2006, diversas pinturas que mezclaban diseños tradicionales del arte shipibo con motivos característicos de la obra de Bendayán. Así como cuando asumió el cargo de Director del Instituto Nacional de Cultura de Loreto, o formó parte del comité organizador de la Semana Turística de Iquitos o cuando el siguiente año participó como ponente en el Seminario Internacional de Curadurías de la UNESCO y el ICOM-LAC con la conferencia “Curaduría y públicos en Loreto”. Más recientemente curando la segunda versión de La Noche en Blanco (2012), uno de los más grandes proyectos artísticos planteados en los últimos años en el Perú, donde hubo un proyecto gigantesco que consistía en 1000 metros de pintura contemporánea con la obra de artistas de todo el Perú. De la misma manera, curando la exposición Selva Virgen, Salvaje y Sensual como parte de la Bienal de Fotografía en Lima (2012), donde se muestran a través de la mirada de 10 fotógrafos la sensualidad y sexualidad de la Amazonía.

Es así como uno de los pintores contemporáneos más representativos del Perú a sus 39 años, además de cuestionar a través de su trabajo, busca establecer estrategias de apertura, porque lo que siempre está junto a su condenado oficio de ser pintor es el deseo de generar un interés justo hacia el arte amazónico. Crear en cada una de sus acciones, un registro que enseñe lo que ha sido la producción amazónica a través de los años, generar un mercado para que esta se autosostenga y así hacer realidad los cambios que a él le interesan que se den. Porque si hay algo que Bendayán ha dejado y continúa dejando a través de su trabajo para las generaciones venideras de artistas peruanos, es que el arte no está desligado de los hechos sociales y debe involucrarse en estos, como solo un artista puede sentir su realidad.


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Escribe: Chiara Rizo Patrón Labarthe

Fotografía: Walter Higueras

Dirección de Arte: NN